jueves, 24 de noviembre de 2011

La maté

Mis manos cubiertas de sangre, aún así caminé tranquila por esas calles...

Me incitaste, si, tú me incitaste a hacerlo.

La maté. Sí, lo admito, yo la maté. Y disfruté, aunque suene enfermo lo disfruté.

Disfruté ver sus ojos llenos de terror al verme blandir el cuchillo, disfruté escuchando sus lastimosas súplicas, disfruté el grito que soltó al saber que sus palabras no me persuadirían de tomar su cuello y matarla, su respiración desesperada. Sabía con certeza ahora al ver mis ojos que moriría, nunca se había visto tanta determinación.

Tomé su cara con una mano, se me empapó de sus asquerosas lágrimas de súplica, sabía que no lo merecía, pero ¿qué más daba? es lo único que me satisfacería.

Pasé mi cuchillo por su suave cara y lo deslicé hacia su cuello como si fuese una caricia. Una caricia mortal.

Sangre. Mis manos se llenaron de su sangre, estaba caliente como lo que esta vivo, su vida se escapaba con todo y su calor a través de su sangre, me empapé de ella con frenesí, dulce, dulce sangre, el grandioso sabor de la venganza.

Sus ojos miraban sin ver ahora, mi corazón gozó todo, gozó desde que la sangre empezó a brotar en chorros calientes hasta que se enfrió sobre mi cuerpo.

Mis manos llenas de su esencia, viendo como se escapaba lo último, pasé mis manos por su cuerpo inerte, chapoteé entre su sangre cual niña pequeña, bailé sobre el charco que se había formado en el suelo, gocé cual loca el sabor de la muerte.

Con su sangre pinté las paredes, el azulejo del baño, la derramé como desecho por todos lados. Me importaba poco lo que vendría después.

Dejé su cuerpo sobre la alfombra, aún con las manos atadas. Me fuí tranquila, la noche en la calle es deliciosa después de un crimen.

Sí, yo la maté, ahora lo admito frente a ti. Disfruté matarla, vaya que lo disfruté.

Y ¿sabes?, lo volvería a hacer.

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