Me escribieron esto, y me gustó tanto que lo quise publicar, se lo ingenió en unos minutos un gran amigo, gracias amigo, siempre lo he dicho y lo diré, eres muy ingenioso y hábil para estas cosas, eres genial.
Dijo ya el Emperador
que de la cabeza al cielo
se mesura -¡olvida el suelo!-
la altura de un gran señor.
Pues muy grande señorita
es mi dulce amiga Nadia,
cuya faz tan limpia irradia
de la luz la más bonita.
Y a propósito de aquello
-de la luz y de la altura-
les diré, ya con premura,
que su rostro es, pues, muy bello.
Y su voz nunca la borre
esa muerte tan silente...
Dime, Nadia, ¿qué se siente
ser más alta que una torre?
Hasta las torres se inclinan:
piense Usted en la de Pisa.
Pero nunca tu sonrisa
ni tus ojos se declinan.
Tu memoria prodigiosa
supo, Nadia, recordarte
cosas que también comparte
vida mía, tan gloriosa.
Gracias por el tiempo todo
que has sabido regalarme.
Nunca dejas de encantarme,
Nadia, en ese bello modo.
 
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