lunes, 18 de marzo de 2013
Dijiste que nunca te irías.
Hoy desperté y no estabas a mi lado.
Me incorporé sobre la cama y no vi tu ropa sobre mi cómoda, no vi tu cepillo, ni tus cremas, ¿dónde estaban tus cosas?
Me levanté y me dirigí al baño, ni tu shampoo, ni tus aceites, nada. Asustado corrí al closet, no falta decir más, tu ropa ya no estaba, tus zapatos habían desaparecido. No había ningún indicio de que hubieses estado aquí un día.
¡La cocina! - pensé - me apresuré hacia allá. No estaba nada de lo que tú habías comprado, ni las cortinas que arreglaste, ¿acaso viví una vida solo?
Me tiré sobre la cama aspirando tu almohada, ahí estabas, ahí se encontraba tu olor inconfundible, podría atarme a ello, apostar la vida a que habías estado allí y que habías dormido conmigo tantas noches...
Mi cabeza dolía y me senté en la cama para procesarlo. No estabas, te habías ido. Cerré y abrí los ojos como un niño, pensando tontamente que así reaparecerías, pero no.
Las lágrimas corrían por mi cara, sollozaba con desesperación, estaba pidiendo tu vuelta de rodillas, pues nadie era más perfecta que tú, tú la única que amaba con toda mi alma, con quien armonizaba mi vida, tú...
Dijiste que nunca te irías y ahora estoy aquí solo. Pero sé que no debo reprocharte, porque no te fuiste tú, te llevó la muerte.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario