-¿Qué pasa?, ¿tienes algo en el ojo?- me preguntó gentilmente.
-No es nada- dije restándole importancia, dándome cuenta que al parecer la temperatura había descendido varios grados.
Él se percató de mi temblor y puso su chamarra sobre mis hombros, quise protestar pero tenía frío, frío al punto de castañear los dientes en un cuarto cerrado. Me sentí una perdedora, una chica como cualquiera de esas huecas, las que se derriten por un gesto como esos. Yo no era así, odiaba sentirme como un bebé. Yo podía soportar el frío, o al menos eso pensaba, así que empecé a frotar mis manos de manera rápida y enérgica, el resultado: sólo un chispazo de calor y mis dedos sin cambio alguno, como hielos. Para distraerme decidí verlo a él, que me miraba divertido al ver mis gestos.
-¿Acaso te parezco graciosa?- pregunté con cara de pocos amigos.
-Tierna- respondió con una sonrisa, importándole poco la bilis que yo derramaba al escuchar esa asquerosa palabra que tanto me molestaba.
Mientras planeaba la manera de controlar mi ira, él tomo mi mano. Un escalofrío de sorpresa invadió mi pecho y al tocar mi corazón mi sangre empezó a hervir, irrigando todo mi cuerpo con un calor abrasador, el cual no tuvo piedad con mis mejillas, que sentí iluminarse como dos faros en la oscuridad. Me alegraba de estar en la oscuridad, así él no lo notaría. No necesitaba otra escena para parecer una chica aún más tonta.
Él frotó mis manos con las suyas, mientras yo en la nube de confusión sentía mi sangre arder hacia él. No era el más guapo, ni el más listo, pero estaba lleno de algo que me encantaba, algo que me atraía, un haz de luz, una chispa, energía sexual pura, una fuerza magnética que me hacía querer conocer su faceta de amante. Parecía tan ceremonial, tan extraño, limpio y perverso a la vez, inteligente, terco...deseaba el roce de su piel, sus manos entre mis cabellos, su boca besando mi cuello y sus dientes mordiendo mis hombros, mis costillas sintiendo su peso, y mi interior disfrutando su toque, todo. No me podía decidir, lo quería tierno, lo quería una fiera, lo quería amante, deseoso de mi piel y ansioso de mis gemidos. Quería que mi cuerpo fuera su templo, que me tratara con la suavidad con la que acariciaba las cuerdas de su guitarra, que arpejeara sobre mi ombligo y después lentamente me recorriera, quería que besara mis pies, chupara mis dedos, y pasara su lengua por mis piernas. Quería sus labios sobre los míos, quería su fuerza y su vigor arremetiendo contra mi hasta el final de mis días. Que escuchara mis gemidos y disfrutara mi interior, que perdiera todo conmigo y volviera a empezar. Que tomara mis mejillas y me abrazara dulcemente, que besara mi piel cansada y la dejara dormir junto a él, en ese momento de placer interminable que le da sentido al mundo. Quería eso y mucho más, quería todo con él...
Vi su mirada deseosa buscando encontrarme en mi ensoñación y su piel ardiente desear la mía...lo dejé acercarse a mi, más cerca, más...hasta que su respiración acarició mi cara. Observé que sus labios se movían para decirme algo, pero no lo dejé. Puse mi dedo índice sobre sus labios y él lo besó, lo tomo entre ellos y le dio suaves mordidas. Me derretía. Tomó mi brazo y lo recorrió hasta llegar a mi espalda, y al hacerlo me acercó a él. Quise hablar, excusarme, decir lo que sea, pero lo impidieron sus labios que ahora corrían sobre los míos dibujando nuestro deseo.
Besó mi cuello y presionó mis clavículas con sus pulgares, fuerte, decidido. Recorrió con ellos el canal entre mis senos y bajó hasta mi cintura, subió suavemente mi blusa como si fuera un velo que tuviera que apartar y desapareció. Con sus manos recorrió mi silueta y acarició mi abdomen, Besó mis costados y bajó los tirantes de mi sostén. Tomó toda mi espalda con un brazo mientras que el otro hábilmente me desprendía de mi prenda...todo lo hacía bien, lo hacía tomándose su tiempo. como si el instante fuese eterno, sin apuros, tan suavemente...tan fuerte. Mi cuerpo se estremecía bajo sus caricias y aproveché para liberarlo de su camisa. Nos seguimos besando muy suave, muy lento, pero muy pasional.
Después de haber conocido mis labios en toda su extensión, besó mi cara, mis orejas y mi nuca, lamió mi espalda y regresó al frente al nivel de mis costillas y mordió suavemente mi torso acentuando cada vez más su fuerza hasta llegar a mis caderas donde sus dientes dejarían marcado su paso varios días más. Besó mis glúteos y mordió la parte baja donde iniciaban mis muslos, recorrió mis espinilas besó mis pies y retornó hacia mi monte de Venus, ya deseoso de conocerlo. Le dió unos cuantos besos, pero se concentró en lamer la parte interior de mis muslos, teniendo cuidado en no acercarse al centro de mi placer, haciendo que lo deseara más...contrayendo mi pelvis de deseo ante sus atenciones.
Así perdida como estaba no di cuenta cuando se desnudó, y así desnudo subió por mi cuerpo y lo sentí fuerte en la parte derecha de mi cadera...lo deseé tanto, Él tomo mis hombros con sus manos y besó mis pezones, despertándolos y haciendo que mi entrepierna se arqueara con deseos de recibirlo, lo que, después de varios suspiros y gemidos míos, sucedió. Todo él dentro de mi, de una estocada deliciosa, se deslizaba dentro mío como si me conociera de siempre, mi interior lo recibía apretándose contra el, moviéndose mi cuerpo como una ola sobre el suyo, moviéndonos como el mar, gozando de lo estelar de ese golpeteo de nuestros cuerpos, lento muy lento, sintiendo cada roce, cada movimiento...siguió besando mis senos y mis movimientos se aceleraron, siguiendo los suyos a los míos, ahora fluyendo fuerte como un río desbocado, cada vez más fuerte, más, más, más, más...
Una explosión en mi interior, como si el mar se rompiera en mil pedazos, como si me alejara del mundo, mis orejas abandonaban mi cuerpo y toda la tensión explotaba, navegaba en el espacio, sin escuchar, sin percibir nada que no fuera yo rompiéndome en mil pedazos, sintiendo explotar mi corazón, mi entrañas, todo. Mis oídos se taparon y después del gemido más alto, esa tensión al fin explotada comenzó a tomar rumbo. Yo regresaba, volvía del espacio, mis oídos se acercaban a mi desde el lugar tan lejano que los había dejado, mi cabeza daba vueltas y mi corazón buscaba como loco recuperar el ritmo perdido. Suspiré y me encontré al lado de esos rizos místicos y los labios carnosos del amante férreo que había subido al cielo conmigo y ahora descansaba a mi lado, exhausto de la batalla, guapo y calmado, con ojos de deseo saciado. Al ver como sus ojos miraban los míos le sonreí encantada y decidí cerrar mis ojos, con el temor de que al abrirlos el desapareciera.
Después de haber conocido mis labios en toda su extensión, besó mi cara, mis orejas y mi nuca, lamió mi espalda y regresó al frente al nivel de mis costillas y mordió suavemente mi torso acentuando cada vez más su fuerza hasta llegar a mis caderas donde sus dientes dejarían marcado su paso varios días más. Besó mis glúteos y mordió la parte baja donde iniciaban mis muslos, recorrió mis espinilas besó mis pies y retornó hacia mi monte de Venus, ya deseoso de conocerlo. Le dió unos cuantos besos, pero se concentró en lamer la parte interior de mis muslos, teniendo cuidado en no acercarse al centro de mi placer, haciendo que lo deseara más...contrayendo mi pelvis de deseo ante sus atenciones.
Así perdida como estaba no di cuenta cuando se desnudó, y así desnudo subió por mi cuerpo y lo sentí fuerte en la parte derecha de mi cadera...lo deseé tanto, Él tomo mis hombros con sus manos y besó mis pezones, despertándolos y haciendo que mi entrepierna se arqueara con deseos de recibirlo, lo que, después de varios suspiros y gemidos míos, sucedió. Todo él dentro de mi, de una estocada deliciosa, se deslizaba dentro mío como si me conociera de siempre, mi interior lo recibía apretándose contra el, moviéndose mi cuerpo como una ola sobre el suyo, moviéndonos como el mar, gozando de lo estelar de ese golpeteo de nuestros cuerpos, lento muy lento, sintiendo cada roce, cada movimiento...siguió besando mis senos y mis movimientos se aceleraron, siguiendo los suyos a los míos, ahora fluyendo fuerte como un río desbocado, cada vez más fuerte, más, más, más, más...
Una explosión en mi interior, como si el mar se rompiera en mil pedazos, como si me alejara del mundo, mis orejas abandonaban mi cuerpo y toda la tensión explotaba, navegaba en el espacio, sin escuchar, sin percibir nada que no fuera yo rompiéndome en mil pedazos, sintiendo explotar mi corazón, mi entrañas, todo. Mis oídos se taparon y después del gemido más alto, esa tensión al fin explotada comenzó a tomar rumbo. Yo regresaba, volvía del espacio, mis oídos se acercaban a mi desde el lugar tan lejano que los había dejado, mi cabeza daba vueltas y mi corazón buscaba como loco recuperar el ritmo perdido. Suspiré y me encontré al lado de esos rizos místicos y los labios carnosos del amante férreo que había subido al cielo conmigo y ahora descansaba a mi lado, exhausto de la batalla, guapo y calmado, con ojos de deseo saciado. Al ver como sus ojos miraban los míos le sonreí encantada y decidí cerrar mis ojos, con el temor de que al abrirlos el desapareciera.
 
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